Me levanto y escucho que por fin condenan al par de desgraciados EMOS que mataron a una peladita, lo cual me produce una inmensa satisfacción que se traduce en una leve sonrisa. También escucho a un montón de gente echándole la culpa al gobierno por quién sabe qué otras cosas o torpezas.
Así empieza un día cualquiera, mientras preparo unos huevos con salchichas, té y jugo de naranja. Los perros ladran, los jeeps de los vecinos hacen volar la tierra del camino destapado que bordea mi casa de capataz. Los campesinos se reúnen a planear sus complots mientras los vecinos saludables trotan con sus i-pods, escuchando coldplay o Bob Marley o cualquier ritmo electrónico de esos que están muy de moda y que simultáneamente en mil quinientas cuadras más otros duplicados de éstos los están escuchando. Por otro lado trato de sacar el primer pie de mi casa pero se me dificulta, algo no quiere que yo salga, algo poderoso me prefiere dentro de la casa, hago mi mayor esfuerzo y le meto aún más fuerza al asunto pero la naturaleza de vago es mucho más poderosa, me domina, me vuelve papilla y no me deja salir. Entonces tomo impulso, cruzo los dedos, los estiro, muevo los hombros y el cuello como si fuera a boxear en un ring contra un contendor fuerte, inteligente, rápido, furioso pero de nuevo soy empujado a mi cama por mi naturaleza de vago. Me levanto, entro al baño, meto las manos en el lavamanos esperando que corra agua fría para luego llevarla a mi cara y despertarme de la violenta arremetida. Salgo con cautela y miro para todos lados, ahora ya no se escucha nada ni siquiera a los perros espantando ciclistas, el asunto es muy simple: mi naturaleza de vago vs yo.
De pronto el celular estalla con mi anticuado ringtone de American Beauty, me lanzo a contestar y veo en la pantalla el pixelado nombre de uno de los que se sientan a mi lado en el trabajo; nunca sé si es por mi demora o por otro tema menos estridente, en todo caso no contesto y vuelvo a enfocarme en derribar a mi naturaleza de vago.
Me levanto de nuevo, creo que quedé inconsciente al borde de mi cama, la mañana ya se consumió, el ringtone ya se desgató y los perros de nuevo ladran, esta vez, a unas vacas que acompañan a un campesino surreal. Abro la nevera, saco la caja de jugo de naranja, me sirvo, me lo tomo, me siento en una silla y trato de hacerme el bobo e ignorar lo que anteriormente pasó, miro de lado a lado, estiro la mano hacia la chapa, la giro, me levanto, asomo la cabeza y ya es otra vez de noche, todos se están devolviendo, eso le da otro punto a mi naturaleza de vago que siempre sabrá cómo ganarme, cómo influenciarme, cómo dejarme atado a un sofá o enfrente de un computador y que por supuesto me llenará de esas disculpas que nadie me va a creer pero no soy propiamente yo, es mi naturaleza de vago.
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