domingo, abril 25, 2010

SIMULADOR DE MI MUERTE.

Paredes agrietadas pero perfectamente pintadas, ruidos desconocidos. El señor de bigote y pelo largo desaliñado canoso, la pelirroja con tacones y uniforme empresarial, la crespa mona gorda con vestido de embarazada así nunca hubiese estado embarazada, el mueco con problemas mentales y la nariz roja, el policía de cuerpo cuadrado con las patillas alineadas; personajes que veía una o tres veces a la semana por ahí sin saber quienes eran ni qué hacían ahora reunidos alrededor de una mesa con ladrillos y botellas llenas de polvo de ladrillo. Pedazos de aluminio desprendidos haciendo las veces de ramas frondosas de cerezas y mi más fuerte grito amplificado al cubo destruyendo mis oídos pero causando el silencio más silencioso de la vida.

El piso cambiando cada doce pasos a veces cada nueve, de cemento a metal pero nunca a pasto. Un marinero como el de los Simpson, es decir, viejo con gorra blanca, chaqueta de paño azul, pipa, barba canosa, pantalón blanco, saco cuello tortuga y zapatos blancos, bebiendo vino junto a una sarda de prostitutas de película y yo sin poder acceder a ellos, pensando que a veces me miraban pero dándome cuenta que nunca lo hacían.

Una gran sensación de impotencia que me hizo momificar de rodillas frente al vacío debajo del silencio del silencio. Una lluvia que veía pero que no sentía. Cristales rotos que me sacaban sangre al caminar pero que no me dolían y ahí abajo estabas tú, lindamente torpe, caminando, estresada pero ganándole a la tristeza. Yo tocándote la espalda, poniéndome al frente tuyo y tú de frente sin parar, atravesándome una y otra vez. Seguro mi expresión era de debilidad mientras miraba esa piel tan imperfectamente real y atractiva, esos ojos de colores múltiples y esa ropita hippie que bien llevas en este siglo y este año que ni siquiera sé cuales son.

Una lágrima que veo pero que no siento recorre mi mejilla izquierda más rápido que la lágrima que se desliza por la mejilla derecha. Abajo, una inundación con flamingos muertos debido a mis lágrimas, una tortuga al revés, un dragón chino sumergido en metal oxidado, unos dvd's flotando con las portadas arrugadas y desteñidas, mi abuela en una lancha con mi primito navegando sin rumbo. Música en sintetizador como una escena melancolica de Miami Vice y tú, esplendorosa inadvertida y blindada ante lo malo que pude haber sido perdonando lo humano que fui y llorando por dentro porque te amé y ahora con el desconocimiento pleno de que todavía te amo en directo desde esa esquina sin vértice en la que estoy situado.

Por otro lado va ella la que me dio la vida en su diminuto auto rojo y un atarván de un taxi pitándole con odio para que se mueva más rápido. Yo alistando mis puños para romper su ventana panorámica y sacarlo de tan asquerosa decoración con el fin de remoldearle esa cara y esos genes y así mismo poder demoler cada uno de sus sobre-calcificados huesos con toda la furia que acumulé para un momento así pero con la mala suerte de poseer la contextura de un holograma que no le hace daño ni a la grosería de un niño que no entiende lo que dice.
De nuevo vuelvo a caer de rodillas con las dos manos sobre mi cabeza mientras el ignorante bota su irá contra mi madre. No puedo soportarlo y empiezo a destruir todos esos afiches con la imagen de un balde en el que se cultivan raíces chinas, ahí aparece mi amigo chino con su gorrito de periódico impulsando un carrito de madera con su sucio pantalón de sudadera negra y me distrae; su sonrisa me reconforta y el taxista deja de pitarle a mi madre. De inmediato arranco a correr y ese tío con el que solía agarrarme a puños por nada, lanza unos dados en arena movediza y gira su sombrero de canasta sin voltear a mirarme. Sigo corriendo y esos tres que me atracaron una noche en un bus, bailan con unas serpientes sobre una piscina de ají, yo los escupo y el gargajo se deshace, los vuelvo a escupir y los vuelvo a escupir pero no pasa nada ya no hago parte de la materia, estoy muy lejos de los átomos y estos desgraciados celebran y celebraron con lo que algún día me quitaron.

Al frente veo la entrada del Copa, me afano por entrar sabiendo que voy a poder entrar, no necesito hacer fila ni hablar con nadie para que me acomode. Las sillas con forma de huevo a la mitad están por todas partes, las medias luces, los italo-américanos hablando duro y botando ajo por sus poros, seguramente estoy boquiabierto y emocionado con lo que canta un joven Tony Bennett y me emocionó aún más porque mi padre el de los portaretratos en blanco y negro, el joven de aproximadamente 33 años está ahí con esa risa bañada en ánimo hablándole a un extranjero indefinible, concretando algún negocio o simplemente contando esas hazañas que tienen de por medio un brassier y unos calzones. Lo miro y lo miro, él no me puede ver, siento que se parece a mi y me desvanesco. Me vuelvo más débil y áun más conmovido mientras camino con mi lonchera amarilla de Snoopy junto a él por una congestionada calle del Barrio Chino.

Un camarón sale del agua y me habla en danés, de inmediato entiendo el danés y le respondo con dominio y propiedad. El camarón mueve un montón de manos que no logro detallar al tiempo pero que me hacen concluir que es un buen expositor, de repente con un gesto simple me invita al agua y me lanzo con él. Ya sumergido me doy cuenta que el agua no tiene ningún color, es tan transparente que apenas moja, se parece a la realidad y mis dos hermanos menores con cachuchas azules de beisbolistas se agarran de las manos, me miran, los miro pero no me están mirando llegué a pensarlo por un segundo pero era una mala jugada de mis sensaciones conmigo mismo, ellos miran hacia el infinito y caminan hacia adelante, David se detiene a morder un árbol y a Juan Pablo lo abraza Alfred Hitchcok, yo los sigo mirando y sigo añorando hacerme sentir con ellos pero mi estructura de pixeles invisibles no contribuye a la causa.
Los violines arrancan a sonar en total armonía y con esa suavidad que me reconforta. Desde arriba veo como esa mujer de campiña da vueltas sincronizadas con los brazos abiertos sobre la gigante montaña. Estamos mi padre y yo en la cama a las 11 de la noche de un jueves, los violines se detienen y suena la tonada de la Twenty Century Fox. Mis extinguidos bellos se erizan y algunas inperceptibles escenas de Casablanca se me atraviezan, trató de cruzarlas rápidamente pero hacerlo solo consigue agotarme. Cierro mis ojos en el brazo derecho de mi papá. Duermo y sueño con el fluido café con leche que flota sobre el plato que sostiene la taza donde se sirve el mismo. Ese café que sale directo del plato hacia mi maquinaria digestiva por manipulación de mi abuela, la madre de mi madre esa que aún está intacta por ser tan buena amiga de dios.

Soy tan de la nada, soy tan fantasma, tan testigo pero tan invisible. Espero encontrarme rápido con los padres de mi padre y el padre de mi madre, con mi tio el expiloto, con mi amigo el danés, con el Sr Sopo y con todos los que se fueron antes del que ahora es mi presente. No veo ninguna nube, no veo a dios ni a ningún San Pedro. Tampoco a ningún ángel ni a ningún santo, acá es lo mismo que allá, solo que nada se siente, nada es de ningún material, todo es inconsistente. No tengo ni idea si estoy en el tan aclamado cielo o en el tan añorado paraíso. Lo único que se es que estoy debajo del fuerte peso de mis ojos cerrados en un estado que no comprendo.

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