sábado, julio 02, 2011

DE CUANDO SE ACABABA LA FIESTA.

Eran como 26 prostitutas tiradas por todo mi apartamento, unas vomitaban con sincronía como programadas para durar lo mismo a la hora de devolver los quesos y los jamones que les brindé, otras aspiraban coca y contribuían con la masturbación de algunos de mis amigos, el resto dormían y dictaban cátedra de sexo oral al otro tanto por ciento de mis nobles invitados. Finalmente mis ojos encontraron donde frenar, se trataba de una linda oriental para ser exactos de una asombrosa china; elegantemente pálida, sensualmente degenerada y con esos huesitos que se asomaban para servir como agarraderas. Llevaba un vestido de seda color rojo que le llegaba hasta las rodillas pero que le descubría los hombros y que le iba muy bien con ese largo cabello lacio de color negro intenso. Ella solo fumaba y miraba por la ventana, qué porte, qué piernas y de fondo estaba Manhattan que para este cuadro pasaba a un segundo plano, para mi era su exquisitez y luego el pedacito de la Gran Manzana de hecho los imponentes edificios y todas sus combinaciones se hacían invisibles ante semejante diosa de talla extraterrestre.
Busqué con insistencia un cigarro en cada uno de mis bolsillos, también en las chaquetas de todos esos que tenían sus ojos sin pupilas, en las mesas, los cajones, la cocina pero ya no habían. Creí que la forma más certera de acercarme sería a través de la complicidad del humo y los pulmones que se inscriben en el campamento del cáncer por lo visto no había de otra más que seguirla adorando desde mi cómoda silla de cuero, diseñada en Milán y manufacturada allá mismo. El whisky también escaseaba pues entre las prostitutas y todos esos que me alojan en sus muy avanzadas Blackberrys y páginas de redes sociales, se lo habían chupado.
Supuse su fragancia y me la imaginé como la de la piel, es decir, fresca, neutra, arenosa, con carácter sumada a una pequeña dosis de los rezagos aromáticos que se sienten a una cuadra de una carnicería. Se robó toda mi atención.
A mi llegó otra de las prostitutas. A decir verdad estaba muy bien. Sus tetas eran tan grandes como las fantasías lo permiten, su bronceado artificial la hacía apetitosísima pero sus labios siliconudos generaban en mi algo de repudio que se traducía en asco. Quería a la china y me fui hacia ella, nos sentamos, ella me miró con emoción y por supuesto yo me emocioné, aspiramos un par de líneas pero ella se desbocó y lo hizo una y otra vez, en todo caso no me importaba lo único que quería era comérmela de pies a cabeza. Mis manos se fueron a sus piernas y empecé a acariciárselas, ella me besaba la oreja derecha y me tocaba lo mio, luego nos besamos con sadismo y un sinfin de ganas. Al fin nos levantamos del sofá para irnos al cuarto pero ella se desplomó.

No hay comentarios.: