¡No me disparen, bajen las pistolas! Dije.
Estaba en el centro y le di 15 mil pesos a un viejo cochino para que me permitiera entrar. Subí a prisa los 5 pisos y saqué del bolsillo el revolver que había comprado tres días antes. Lo cargué y me llené de coraje, di unos golpecitos en la puerta y apenas la abrieron disparé dos veces descontroladamente. Le di en la barriga y en la pierna derecha, no pude calcular bien ni pensar, solo temblé y dejé que las balas salieran. A toda costa debía sobrevivir para hacer efectiva mi venganza. El tipo no se desplomaba y yo solo temblaba pero un aire de valentía me llegó y le disparé en el pecho.
Ya adentro del sordido apartamento me dispuse a buscar al otro, a ese negro hijo de puta al que todos le temían. El maldito estaba escondido en la ducha y cuando lo alcancé vi cómo ahora él era el que se meaba del susto. Para ese momento, yo, temblaba más, pero no di más largas y le disparé en la cara, más exactamente entre la boca y la nariz. El orangután se desplomó de inmediato y le puse el zapato en la cara, una reacción nerviosa digna de un cazador amateur. Escuché varios gritos de los vecinos, casi que no reacciono a tiempo casi que las piernas no se me mueven pero lo conseguí, logré desbloquear mi mente y escapar.
En pocos minutos había consolidado mi venganza, había saldado cuentas con esos dos malnacidos que golpearon y robaron a mi hijo mayor, quien tuvo que ser hospitalizado de urgencia debido a las graves heridas que le causaron. Me sentí bien. Estuve conforme, así mi hijo aún no abriera sus ojos.
Vi las cuatro películas del Vengador Anónimo una y otra vez. Indagué por todo el centro en busca de los delincuentes y cuando supe dónde ubicarlos di rienda suelta a mi plan. Invertí mucho tiempo, igualmente dinero y palabras. Por recomendaciones del mensajero de la empresa en la que trabajo conseguí el revolver a un precio razonable y de forma inmediata. Aprendí a disparar por mi cuenta en un terreno aledaño a la ciudad, todo esto en cuestión de dos días, lo demás fue coraje y testículos. No creí que fuera a hacerlo pero ver a mi hijo en esa cama, lleno de tubos, indefenso y tinturado por moretones era algo que no iba a dejar pasar, no tiene que ser un derecho exclusivo de las películas eso de hacer entrar en razón a dos malandros; si algo nos ha enseñado la historia es que todos somos vulnerables y que todos tenemos un punto débil. Mi formación en justicia por cuenta propia fue exageradamente rápida, algo así como un diplomado en venganza express.
Mi misión se dio sin problemas, cumplí mi objetivo y me desaparecí por las estrechas y mal olientes calles del centro.
Ya en mi casa que no estaba muy lejos de donde ocurrió todo, lo primero que hice fue pasarle el seguro a la puerta y cerrar las ventanas. Saqué el revolver y aguardé detrás de la puerta alrededor de dos horas, la paranoia me invadió, pensé que algún secuaz de ellos tomaría represalias en mi contra. Mi corazón andaba a mil pero me excitaba recordar mi hazaña, saber que fui capaz de hacer eso que veía tan lejos a través de las pantallas.
Concilié el sueño y me levanté bien, había descansado lo suficiente y mi mente no me hacía auto-juicios. Por supuesto no fui a trabajar, me tomé el día como si nada. Después de matar, nada me parecía tan grave, de hecho llamé a mi jefe y relajadamente le di una excusa cliché: "algo que comí, me hizo mal". Vi televisión durante un buen rato y luego acudí a mi nuevo mejor amigo, el revolver. Lo limpié con mucha dedicación porque me aterraba la idea de ser descubierto así fuese por las huellas. Lo guardé en una bolsa y lo escondí detrás del mueble de baño.
Salí para ir a visitar a mi hijo al hospital. En la calle me moví con sigilo pues tal vez me estarían buscando para ajustarme de igual manera, así que me devolví con afán por mi salvación y lo metí entre mi chaqueta. De nuevo volví a la calle y me sentí pleno, seguro. Caminé con propiedad y no tuve necesidad de estar mirando para todos lados. Llegué al hospital y en la entrada un tipo le estaba pegando a la esposa, la gente miraba con temor pero nadie tomaba cartas en el asunto, así que desenfundé a mi amigo y se lo puse en la cabeza. El marido enfurecido levantó los brazos y lleno de miedo se fue yendo para atrás hasta que arrancó a correr. Todo el mundo me veía con asombro y temor pero yo me sentía grande. Seguí mi camino como si fuese un John Mc Clane de verdad y los guardias del hospital no me querían dejar entrar. Traté de no hacerles caso pero dada la insistenia mi mano derecha no dudo y se movió más rápido que mi razón y fue por apoyo y el revolver de nuevo estaba apuntando al cráneo de uno de esos inexpertos seres. No titubié ni un segundo y entré al hospital, tomé el ascensor con el revolver en mis manos y mirando segundo a segundo hacia atrás para que no me fueran a seguir. Ya en la habitación, volví a guardar el revolver. Mi hijo continuaba privado y con su cuerpo todo atravesado por cables. Me dolía mucho verlo así, toqué su rostro y empecé a acariciarlo suavemente con delicadeza y amor del más puro y sincero. De inmediato estaba cercado por tres policías y dos guardias del lugar. Los tipos me estaban apuntando, no sabía qué decir, qué hacer y de nuevo al sentirme acorralado, busqué el revolver.
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