Un enano va caminando por Times Square en Nueva York y no alcanza a ver nada por su limitada estatura, entonces un transeúnte africano que va por el mismo lugar al darse cuenta de la gigantesca tragedia del mínimo personaje, decide ayudarlo y se le acerca. El enano apenas se empina y levanta su cabecita con un poco de temor, el africano se agacha un poco y se detiene a mirar el rostro del chiquilín. De pronto, el africano sin musitar lo toma por los brazos y lo alza de un sólo Jalonazo. El enano queda paralizado pensando que va a ser devorado por el monumental y descomunal ser, aunque rápidamente entiende que todo proviene de una infinita camaradería o más bien de una infinita bondad.
El rostro del pequeño humano de estatura es invadido por la legión recóndita de la felicidad y sus ojos se ven agradecidos en el reflejo nÍtido de ese Nueva York famoso que nos ambienta Times Square.
El máximo y el mínimo arrancan a caminar entre millones y millones de ciudadanos del mundo. Las luces y los reflectores de esa realzada publicidad que ni siquiera recordamos, se vuelven en el marco de este poco usual cuadro que no tiene artista y que no pretende ser arte.
El enano vuelve a ser enano y el gigante se vuelve en enano, las risas nada improvisadas son la banda sonora y la felicidad combustible del momento congela los segundos para que no se escape el instante, aunque finalmente se escapa el instante cuando el enano deja salir de sus entrañas un tanque de vegetales, mezclados con arroz, finas hierbas y trocitos de diversas carnes envueltos por una espesa masa de jugos gástricos, saliva y quién sabe qué otros mililitros de líquido. El gigante consternado, se mueve bruscamente y tanto los residuos de la mezcla enanesca como el enano, salen a volar hasta toparse con el tajante impacto de un vidrio de seguridad de una vitrina.
El enano y el gigante se separaron pero la mezcla de alimentos y jugos gástricos, no.
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